Ilusiones


"No existe ningún problema que no te aporte simultáneamente un don.
Busca los problemas porque necesitas sus dones."

"Justifica tus limitaciones y ciertamente las tendras"

Richard Bach - Ilusiones

lunes, 10 de agosto de 2015

EL HIJO ADOPTIVO DE UN HECHICERO GALÉS


Las montañosas y ricas tierras de Gwynedd, en el norte de Gales, estaban bajo la protección de los brujos Math y Gwydion, dos hombres cuyas hazañas inspiraron numerosos poemas. Su más celebrada aventura -la que dio origen a esta leyenda que ahora les relatamos- comenzó en Caer Darhyl, la fortaleza de Math en las montañas. El suceso fue desencadenado por la arrogante Arianrod, hermana de Gwydion y también hechicera.

Arianrod fue a Caer Dathyl a servir como doncella de Math, exponiéndose así a la vergüenza pues sólo las vírgenes podían aspirar a tal honor y era obvio que ella no lo era, pues al poco de llegar dio a luz a dos hijos (nadie supo quién era el padre pues ella jamás lo dijo); los abandonó y regresó a su palacio junto al mar.

Uno de los niños saltó al agua como un pez y desapareció, pero Gwydion se quedó con el otro y se convirtió en su padre adoptivo. Al comprobar que la criatura estaba necesitada de cuidados y ternura, protegió con hechizos aquella frágil vida, de modo que con el paso de los años el niño creció robusto y hermoso.

A los cuatro años (alto ya como un niño de ocho) fue necesario darle un nombre, pues no llegaría a nada si a su misterioso nacimiento añadía que carecía de algo tan importante con un buen nombre. En aquellos tiempos, en Gwynedd, sólo la madre podía dar un nombre al hijo, por lo que Gwydion marchó con el niño al castillo de Arianrod a la vera del mar.

La hechicera recibió a su hermano con bastante cortesía, pero cuando descubrió que el niño iba con él, que era la prueba viviente su su humillación y exilio, los echó con cajas destempladas:

- Juro - dijo en tono cortante - que este niño jamás tendrá un nombre hasta que yo se lo dé. Y no tengo intención alguna de dárselo jamás.

- En verdad es una maldición perversa - replicó sombríamente su hermano - y tú eres una mujer perversa. Pero el niño tendrá nombre.

Y abandonó el palacio con la criatura. Pocos días después, un pequeño velero arribó al puerto al pie del Castillo de Arianrod y atracó en el muelle. El barco era de unos mercaderes que fabricaban con un cuero dorado de España hermosos zapatos dignos de uno reina. Arianrod encargó un par en cuanto oyó hablar de ellos, pero le respondieron que no podrían hacérselo a menos que fuera en persona a ver a los mercaderes. Y así lo hizo. En el punte del barco vio sólo a un viejo mercader y a su joven aprendiz de cabellos dorados cosiendo la reluciente piel. Mientras les daba los buenos días, un diminuto chochín se posó en la punta del mástil. Con un movimiento más veloz que la mirada, el niño derribó el pájaro de una certera pedrada. Arianrod se echó a reír y aplaudió.

-¡Vaya puntería, hermoso rubio de hábil mano!- Exclamó.


Al punto, el barco y los zapatos se desvanecieron. Donde había estado el velero sólo flotaba un puñado de algas, y en el muelle aparecieron Gwydion y el hijo de Arianrod. Gwydion sonreía.

-El niño ya tiene un nombre y, además, muy hermoso. Será sin duda Leu LLaw Gyffes -dijo, pues ésas eran las palabras, en galés, que había pronunciado Arianrod.

La hechicera se enfureció al advertir el engaño.

-Muy bien -dijo fríamente-. Juro que el niño no tendrá armas hasta que yo en persona lo arme. Y no tengo intención de hacerlo jamás.

Gwydion se limitó a reír, saludó a su hermana y se marchó con LLeu a una fortaleza del norte llamada Dinas Dinlleu.

Los años pasaron placenteramente para Lleu. En los prados y bosques que rodeaban la fortaleza aprendió a montar caballos salvajes y llegó a ser un hábil arquero y espadachín. Bajo el cuidado de Gwydion se convirtió en un joven alto, esbelto y fuerte, la auténtica estampa de un señor. sin embargo, a causa del juramento de su madre, no podía llevar armas ni ocupar el lugar que le correspondía entre los hombres, y así Lleu fue encerrándose en sí mismo. Gwydon se dio cuenta de ello y supo que había llegado el momento de actuar.

Una noche, dos bardos se presentaron en el palacio de Arianrod. Ella les dio la bienvenida que como bardos se merecían y los invitó a cenar. La velada transcurrió alegremente entre canciones y relatos de antiguas leyendas.

Por la mañana un estruendo de trompetas despertó al palacio. Por las ventanas se divisaba una poderosa flota de barcos de guerra cuyas hinchadas y apretujadas velas no dejaban ver la superficie del mar.


Aterrorizada, Arianrod y sus doncella corrieron a la habitación donde los bardos dormían en busca de ayuda (al fin y al cabo los bardos eran hombres sabios y poderosos). Los huéspedes no tenían armas, pero Arianrod las sacó de su propia armería. Sus doncella armaron al hombre de mayor edad y ella al joven: le ciñó el cinto y la espada, le ató el yelmo y le tendió el escudo.


Tan pronto como hubo acabado de hacerlo, los barcos desaparecieron; en el mar no se veían más que suaves olas y no se oían más que los gritos de las gaviotas. En el palacio también había sucedido un cambio: en el lugar de los bardos aparecieron Gwydion y el joven Lleu, que portaba las armas que su madre en persona le había dado. El hechicero sonreía. Entonces Arianrod pronunció el último juramento:


-Este hombre jamás tendrá una esposa de entre los linajes que habitan la tierra.

De este modo la hechicera sellaba el destino de Lleu Law Gyffes. Era una terrible maldición pues condenaba al muchacho a la soledad y algo aún peor: sin esposa, Lle sería apartado de los hombres, más aún, del orden natural de las cosas, pues jamás tendría hijos que perpetuaran su nombre.

Era un asunto muy grave. La respuesta de Gwydion fue algo bastante más solemne que conjurar apariciones y transformaciones para engañar al enemigo. Como necesitaba poderes mágicos mucho más poderosos de los que jamás había controlado, fue a ver a Math en Car Dathyl. Math como tío de Gwydion le había enseñado con cariño sus artes y conocimientos. Cuando el hechicero llegó a la fortaleza, Math lo estaba esperando. Era capaz de oír todas las palabras que se pronunciaban y, en consecuencia, ya sabía que su sobrino necesitaba de sus poderes.

Apenas se sabe nada de lo que decidieron los dos hechiceros. Pidieron gran cantidad de flores de roble, reinas de los prados y retama y se retiraron a las más recóndita cámara de la fortaleza. Según se dice los hechizos y ensalmos que conjuraron fueron más solemnes de lo que se hubieran atrevido a pronunciar la mayoría de los brujos.

En virtud de tales poderes, las flores se convirtieron en una doncella que despertó a la vida en plena juventud, dulce y fragante como los meses de abril y mayo, y más bella que la más hermosa de las mujeres. La llamaron Blodeuwedd, es decir, "Rostro de Flor", y se la entregaron a su joven protegido.

Así fue como Gwydion convirtió a Lleu en un hombre y como tal, ciñó armas y tuvo una esposa.  Para celebrar el enlace, Math le dio las tierras llamadas Ardudwy al sur de Gwynedd, donde se asentaba la fortaleza de Mur Castell, para que también tuviera una tarea de hombre. Lleu se marchó allí con su joven y bella esposa y Gwydon quedó muy satisfecho y contento.

Pero ninguno de ellos tuvo en cuenta un factor muy importante: Blodeuwedd.

¿Dónde tenía el corazón una mujer hecha de flores? Blodeuwedd tenía el aspecto de una hermosa mujer, y aparentemente sentía el amor de una buena esposa, pero era débil  falsa.

Poco después de haberse casado, Lleu la dejó en Mur Castell mientras él viajaba a la corte de Marh; aquel mismo día, la joven presenció la persecución de un ciervo por una partida de cazadores y por la tarde desde las murallas del castillo, los observó aparecer y desaparecer entre los árboles y, por fin, en el crepúsculo, oyó los gritos que proclamaban el final de la batida.


Una hora después los cazadores se hallaban ante las puertas del castillo. Blodeuwedd les ofreció cobijo para que no tuvieran que regresar a sus propiedades de noche. El jefe de la partida era Goronwy, señor de Penllyn, cuyas propiedades lindaban con las de Lleu. Lo apodaban el Hermoso, y, en efecto, su atractivo aspecto fue la ruina de Blodeuwedd, pues en cuanto lo vio en la sala, se enamoró perdidamente de él. Aquella misma noche lo hizo su amante y desde entonces no pudo soportar vivir sin él.


Por su parte. Goronwy era un hombre carente de honor. Deseaba a Blodeuedd y ambicionaba las prósperas tierras de Ardudwy. Pero sabía, como todos en Gwynedd, que Lleu era el protegido de Gwydion. No tardó en dejar a su enamorada para regresar a sus tierra, pero no sin antes decirle que debía hacer para que él regresara a su lado.
Lleu regresó de servir a los dos hechiceros y encontró a su bella esposa silenciosa y pensativa. Por la noche, ella se apartó de él y se echó a llorar.

-¿Qué pasa? -le preguntó, sorprendido.

-Cuando te marchaste -replicó ella-, pensé mucho en ti y temí que murieras dejándome sola.

Era enternecedor, pero también absurdo teniendo en cuenta las salvaguardas de las que su protector lo había dotado desde la niñez. Para calmar a su esposa, Lleu le dijo:

-A menos que un dios me hiriera, sería difícil que alguien me matara.

-Si te pueden matar de alguna manera, dímelo. Mi conocimiento del peligro será tu escudo protector -le rogó ella.

Entonces, cegado por el amor, Lleu le confió un secreto que sólo él y Gwydion conocían:

-En primer lugar, hace falta una lanza. Sólo puede darme muerte quien haya fabricado su propia lanza, durante y un año y trabajando sólo los días de fiesta. Incluso si existiera tal lanza, seguiría a salvo pues no pueden matarme ni dentro ni fuera de una casa, no pueden matarme ni a caballo ni a pie, no pueden matarme ni en la tierra ni en el agua -le explicó para tranquilizarla.

-Entonces no puedes morir en ningún lugar -dijo ella-, ¿verdad?

Sí había un lugar y Lleu se lo reveló. En aquellos tiempos, la gente se bañaba de una forma muy peculiar. Se construía una especie de bañera cerca de un río y se la protegía de la lluvia con un tejadillo. En el momento en que Lleu estuviera con un pie en el borde de la bañera y el otro pie sin apoyar en el suelo -posado por ejemplo sobre el lomo de una cabra-, se cumplirían todos los requisitos para poder matarlo: estaría en un lugar intermedio, ni fuera ni dentro, ni en tierra ni en el agua, ni a caballo ni a pie. Blodeuwedd se echó a reír y no preguntó más. Lleu pensó que había logrado tranquilizarla, pero el mensajero que la joven envió por la mañana a Gronwyn, que aguardaba en su fortaleza, sabía el auténtico motivo de su silencio.

Transcurrió apaciblemente un año en Ardudwy,  Bodeuwedd seguía siendo la misma para Lleu: dulce, fragante y encantadora; él se sentía muy feliz. Pero en Penllyn, Goronwy estaba fabricando una lanza.

Al cabo del año, la lanza estuvo terminada: larga, resistente y con la punta envenenada. Goronwy la llevó en secreto hasta las murallas de Mur Castell y, también en secreto, le envió recado a su amante para que todo estuviera preparado.

Blodeuwedd esta lista: la larga espera llegaba a su fin. Entonces se dirigió a Lleu diciéndole:

-Si construyo una bañera, ¿querrás enseñarme cómo tentarías al destino?

Lleu contestó que sí. ¿Qué daño podía causarle una esposa tan inocente y frágil? En cambio, sí podría perjudicarle mostrase cobarde y débil ante ella.


La bañera fue construida a orillas del río Gynvael. Blodeuwedd llevó allí a su esposo y lo contempló mientras se bañaba. Mientras Goronwy lanza en mano, acechaba al otro lado del río. Cuando Lleu se levantó para salir, su esposa se apresuró a brindarle el lomo de una cabra como escalón. Él aceptó gustoso y en ese momento Goronwy desde su escondite, arrojó su lanza. El astil se quebró pero la punta hirió en el costado a Lleu, que lanzó un grito de dolor y echó una rápida mirada a su esposa. Luego desapareció y en su lugar, surgió una enorme águila herida que alzó el vuelo y se perdió entre las cumbres. Los dos amantes no le prestarion atención; había concluido su larga espera y regresaron a Mur Castell. Goronwy se adueñó de la fortaleza, como se había adueñado de la mujer. En los días que siguieron, él y sus compinches sometieron Ardudwy. 

Math no tardó en enterarse de la fechoría cometida y se apresuró a contárselo a Gwydion. Los dos magos estaban apenados y afligidos por haber sido ellos los que crearon a la malvada mujer. Comenzaron a buscar a Lleu con todos los medios de que disponían, pero sólo obtuvieron silencio y oscuridad como respuesta.

Entonces Gwydion emprendió la búsqueda solo y a pie. Recorrió Gwynedd y Powys, hospedándose tanto en cabañas de campesinos, como en castillos de señores. Transcurrieron varias semanas sin hallar criatura alguna que pudiera ser Lleu.

Un día llegó a una granja cerca de Pennardd, en la costa oeste de Gwynedd, y cuando los campesinos se reunieron por la noche, el porquerizo contó que tenía una misteriosa cerda que desaparecía por las mañanas y reaparecía por la tarde gorda y saciada. Al punto supo el hechicero que el fin de su viaje estaba cerca. Por la mañana siguió al animal, que se internó en el bosque bordeando un arroyo. Por fin la cerda se detuvo bajo un roble y comenzó a comer. Gwydion se acercó al árbol y vio que el animal estaba comiendo carne podrida.

Alzó la cabeza y descubrió lo que buscaba. Entre las ramas más altas un águila dorada temblaba sin cesar. A cada temblor, pedazos de carne caían a los pies del árbol. Gwydion se sentó en el suelo. La cerda roncaba bajo el árbol y el viento suspiraba entre sus ramas, pero el águila no emitía sonido alguno. El brujo la miró pensativamente durante unos minutos; luego salmodió un hechizo y el ave se posó unas cuantas ramas más abajo. Gwydion fue recitando hechizos hasta lograr que la débil criatura descendiera hasta la rama más baja, y al entonar el último hechizo el águila acabó por posarse en su rodilla.

En cuanto el mago la acarició, el ave se desvaneció y en su lugar apareció Lleu. Estaba en los huesos y tenía una enorme herida en el costado, pero vivía.

Había llegado, pues la hora de curarlo y de aguardar, le llevó junto a Math y los dos magos pusieron manos a la obra. Utilizaron hierbas del bosque, encantamientos y toda las habilidades que poseían, hasta que por fin lograron curarlo.

Durante la convalecencia, los hombres de las tierras de Gwynedd comenzaron a armarse y a abandonar casas y haciendas. Atravesando colinas y bosques se reunieron a las órdenes de los dos hechiceros para capturar a la infame esposa y asu amante.

Tras varios meses de cuidados, por fin llegó el día en que Lleu se encontró totalmente recuperado, pero le dolía el corazón por la traición de su esposa. Dirigiéndose a sus protectores pronunció por fin las palabras que los dos habían estado esperando:

- Es hora, de que vengue el mal que se me ha infligido.

Lleu y Gwydion condujeron las numerosas huestes hacia Ardudwy, donde estaban los traidores, que no tardaron en conocer la noticia, sabiéndose perdidos, pues sus tropas no podían compararse con las huestes de Gwynedd y sería una locura enfrentarse a ellos. Sólo cabía huir. Goronwy, siempre cobarde, huyó abandonando a su suerte a su amante, quién emprendió también la huida, temerosa de la cólera de su creador. Iba a pie acompañada de sus doncellas y buscó refugio en las montañas. Lleu y Gwydion capturaron sin dificultad la fortaleza de Mur Castell y entonces el mago emprendió la persecución de su criatura, ganando poco a poco terreno hasta que la encontró y la acorraló.

Por unos instantes contempló a la mujer que había creado y le dijo:

-No voy a matarte. Hay destinos aún peores.

Te permitiré huir con la apariencia de un pájaro. Pero a causa de la deshonra que le causaste a Lleu, serás un pájaro que jamás muestre su cara a la luz del día; serás un depredador odiado por las demás aves.

Alzó la mano y, en un instante, Blodeuwedd se convirtió en un búho. Antes de marcharse el brujo añadió:

-No perderás tu nombre.

Y, en efecto, en Gales, el búho siempre fue conocido con el nombre de blodeuwedd, "rostro de flor".

Gwydion regresó entonces junto a Lleu y ambos aguardaron noticias de Goronwy, pues al ser tan cobarde no se arriesgaría a que invadieran sus tierras y ofrecería una compensación por su traidores actos. El mensajero llegó y Lleu dio su respuesta.

Cuando el mensajero regresó ante Goronwy le comunicó la respuesta de Lleu:

-Dile a Goryonwy que deberá colocarse como yo estaba cuando el me arrojó la lanza; yo estaré donde estaba él y haré lo que él hizo conmigo.

-¿Hay alguien dispuesto a recibir la lanza en mi lugar? -preguntó Goronwy cuando lo hubo oído, porque en Gales era costumbre que los jefes tuvieran paladines que ocuparan su lugar para salvaguardar la vida de los príncipes del reino. Pero nadie estaba dispuesto a ocupar el lugar de un ser tan despreciable y todo lo que obtuvo fue el silencio por respuesta.

Goronwy se dirigió al lugar donde lo aguardaba su enemigo. Se situó donde había estado Lleu, y éste se dispuso a arrojar la lanza.

-Señor, concédeme una gracia. Por culpa de una mujer me hallo en esta situación. Te ruego dejes que interponga una piedra entre mi cuerpo y la lanza- exclamó Goronwy.

-Que así sea -respondió el generoso Lleu.

Aguardó a que Goronwy cogiera una piedra de la orilla y la blandiera como si fuera un escudo. Sólo entonces disparó. La lanza voló directa al blanco y atravesó la piedra y el cuerpo del traidor, que cayó muerto.

De esta forma quedó vengado el honor de Leu LLaw Gyffes. Con el paso de los años. Math fue sucedido por Gwydion y éste por Lleu. La piedra que Goronwy usó como escudo, con un agujero en el centro, se conservó durante cientos de años y se la llamó la Piedra de Goronwy. El lugar donde éste fue muerto se conoce como la Colina de la Batalla.




Reinos fantásticos : Libro de Magos y Brujas.







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